El oficinista


Quiero creer que,
al final
del día,
cuando las últimas huellas
la marea se las lleva,
cuando se acallan
las torpezas del habla, y solo
se oyen cantos de sirena,
cuando el fulgor se oxida
y las paredes ya no miran
ojos,
cuando no hay
arrugas de batallas,
y el frío conquista la taza
de té,
cuando el viejo libro
no sacude sus pétalos
y la quietud se refugia
en la oficina,
el silencio llama a la puerta.

Necesito creer que,
al llegar
la noche,
cuando ya no estoy
y el viaje se fue, cuando
los papeles apilados se nombran
montaña,
y el agua piensa
en el océano,
la taza de té,
y el viejo libro,
y los papeles y los bolígrafos
sobre la mesa,
se hacen poesía
sin necesidad
de poemas.

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