Tu silencio (me) mata

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Mi abuela se sentó un día frente a mí y me dijo, nos tendremos que acostumbrar a decir la palabra muerte, así se irá haciendo cada vez más pequeña. Repítela conmigo Paula, me dijo, es importante que recuerdes esto: nombrar las cosas es ya media solución. Si no lo haces, un día despertarás con dolores, y tendrán que arrancártelas. 

Así comencé a escribir. Si me dolía la cabeza, escribía. Si sentía un pinchazo en la tripa, escribía. Me decía, alguna palabra está atascada ahí arriba, o más abajo; y escribía. Aprendí que mi supervivencia dependía de la necesidad de decir. Susan Sontag decía que fotografiar era conferir importancia. Yo digo que nombrar también lo es.

Por eso, ayer fui al diccionario en busca de la palabra sororidad. Siempre la escucho, y tenía la necesidad de nombrarla porque estaba cerca el 25N, día internacional contra la violencia de género, y quería sentirla cerca. La primera acepción que me apareció fue ‘amistad entre mujeres’. Busqué más entradas en Internet y en todas se hablaba de amistad. No supe qué hacer. Nombrarla no iba a hacer que entablara amistad con todas las mujeres. ¿Cómo explicaba entonces que sintiera la palabra como mía si no compartía su significado? ¿Cómo podía compaginar ese aniquilador concepto con la incontenible libertad que encarnaba su representación? 

Pero, así, de repente, me encontré con Raquel Riba Rossy, diciéndome, sororidad no es equivalente a amistad. Estás equivocada si crees que sororidad significa que te tienen que caer bien todas las mujeres. Loca: eso es imposible.

Cogí el teléfono para llamar a mi abuela, pero me arrepentí. Era importante. Salí corriendo y quince minutos más tarde estaba en su salón. Le dije, he descubierto una cosa. Qué cosa, me preguntó. Creo que tengo la otra media solución, le dije, podemos cambiar el significado de las palabras que nombramos. 

Me senté y le dije, nos acostumbraremos a decir la palabra muerte, porque evitarla será peor, pero ahora ya no será abismo. Será viaje, será vuelo, será un cambio de perspectiva, será todas esas croquetas que nos hemos comido, todas las partidas de chinchón. Será una batalla ganada. Será lo que nosotras queramos.

Así comencé a renombrar. Aprendí que mi supervivencia dependía de la necesidad de cambio. Mi abuela no es ahora más sabia que hace unos años, sino que ha cambiado más veces. Como decía Ólafsdóttir en el libro La excepción, ‘no hay persona más madura que aquella que cambia de modo de pensar siete veces a la semana’.

Y la cambié. La nombré, en alto, porque solo así gana poder la palabra. Sororidad, dije, a veces serás una amistad, y otras veces serás sencillamente una mano que ayuda a levantar. A veces tendrás nombre de amiga, y en otras ocasiones serás la que grita por las que ya no pueden. Eso serás, sororidad. Significarás que estaremos juntas; que seremos cómplices en la lucha por la igualdad de derechos; que, aunque no conectemos, dejaré de cuestionarte; que te ayudaré a realizarte como mujer; que tu opresión será mi opresión; que no estás sola. 

Siéntate conmigo y acostúmbrate a nombrarte y renombrarte porque, mujer, me gusta cuando hablas porque estás como presente.

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