NO HAY TIEMPO

Nunca he contado esta historia. Ocurrió en el invierno del 98, cuando cambié de instituto. He de decir que si no hubiera sido por aquella profesora, yo no estaría hoy aquí. 

Intentaré reproducir al pie de la letra los acontecimientos que tuvieron lugar ese día. 

 


—No has captado mi atención —me dijo aquel día la profesora Camila—. No me vale.

—Me esforcé muchísimo.

—Repítelo.

—Buf… Cómo la odio —mascullé entre dientes.

—Ven aquí, acércate.

Recuerdo que me acerqué asustada, con la cabeza gacha. Sabía que me había escuchado. Mis espigados dedos no paraban de entrelazarse. Estaba nerviosa. Jamás había contestado a una profesora. Yo era tímida, callada, vestía con colores oscuros para pasar desapercibida y las novelas bajo el pupitre eran siempre mi mejor compañía. 

—Esas dos palabras que me acabas de decir son las únicas con las que has conseguido captar mi interés —me contestó amistosamente—. Vamos, cuéntame algo; olvídate de la maldita nota. Quiero sentirte. Vacía el espíritu. Llena el papel.

—Ya hice los deberes.

—Sí, hiciste una tarea perfecta si estuviera midiendo tu capacidad para memorizar.

—No lo entiendo.

—Te pedí que me contaras algo de valor. Lo que fuese, pero con valor. ¿De qué me sirve que me cuentes la lección si no significa nada para ti? Necesito conocerte para que podamos aprender, las dos. 

Camila era dura de pelar. Se había puesto de pie y escrutaba mi cara con firmeza.

—¿Qué ocultas? ¿Por qué no quieres hablar conmigo?

Yo nunca había hablado con nadie. Mis silencios podían ser desgarradores pero mis palabras rara vez salían de mi boca.

—¡Dímelo! —me gritó— ¡Dilo! Habla sin miedo.

La presión de la profesora no cesaba y comenzaron a humedecerse mis ojos; estaba alterada por esos gritos extraños que me había proferido. Estábamos acostumbrados a un control sistemático de la asistencia, a lecturas adormecedoras y deberes de copia y pega. Y de repente, había llegado ella, nos había pedido abrirnos y daba miedo. Era muy fácil acomodarse a un sistema mecánico y repetitivo que no precisaba nada emocional.

—¿Acaso no hay nada en ti? ¿Estás vacía? —me preguntó amenazante—. Vamos. Di algo. ¿Es que estás podrida por dentro?

—No— musité.

—¡Háblame! ¡Grítame! Saca la rabia, la furia que se esconde bajo esa sensible modestia. ¿Qué dirías si solo pudieses pronunciar más que unas pocas palabras?

La profesora no paraba y yo estaba paralizada. ¿Qué era aquello? ¿Desde cuándo a un profesor le interesaba cómo nos sentíamos?

—¡Vamos! Sácalo del fondo de tu ser, solo necesito una palabra que valga. ¿Qué quieres? ¿Qué necesitas? ¿Llevas una mochila o solo hay piedras en tu espalda? ¡Grita con todas tus fuerzas! Te escucharé, pero grita. Estoy furiosa. Vales más que tu marca de pantalón y esa mierda de notas. Habla. Deja que el silencio descanse por una vez y hazte oír. Déjame escucharte. ¿Qué querrías decir?

—No tuve tiempo de desenterrarla.

—¿Qué? —preguntó desconcertada.

—Estaba enterrada —cuchicheé por miedo a que pudiesen escucharme más allá de las puertas de la clase.

Los ojos de la profesora se abrieron al compás de mis palabras.

—¿Por qué estaba enterrada? ¿Quién?

—Solo asomaban las puntas de sus dedos bajo la tierra.

—¿Los dedos de quién? Explícate —insistió Camila alarmada por la confesión.

—Ella se estaba ahogando. No podía gritar. Solo musitaba una y otra vez, no hay tiempo. No hay tiempo.

Intenté secarme los mocos con las mangas del jersey para aparentar una mínima tranquilidad. La presión se había revelado contra mí. La profesora intentaba penetrar en mi interior pero yo sabía que eso no iba a ser posible. Ya había dicho demasiado. Tomé aire, respiré hondo y levanté la cabeza del suelo mientras miraba a la profesora con fuerza.

—¿He captado ahora su atención?

La profesora no pudo responder al instante. 

—¿Perdona?

—¿He captado ahora su atención? —repetí subiendo el tono, desafiante—. Eso era lo que usted quería, ¿no? ¿Puedo irme ya?

Sin esperar contestación, cogí mis apuntes y con paso rápido y torpe me marché por el pasillo hasta la puerta de salida.


Solo Camila sabe lo que ocurrió después. Eso ya no importa. 

Únicamente he de añadir que, si no hubiera sido por aquella profesora, todos estaríamos enterrados, diciendo nada más, no hay tiempo, ya no nos queda tiempo.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares