LA MADRE QUE ME PARIÓ

Foto de: Wokandapix (Pixabay)

Quiero causar tan buena impresión que no sé por dónde empezar. Así que mira, me he dicho, me pongo y que salga lo que tenga que salir (más pelos no, por favor). La cosa es que tengo un serio problema, y es que, cuanto más quiero impresionar, más me enredo (como mis otros pelos) porque los nervios me pueden. Y al final acabo sin uñas, con una expresión facial de estreñida, manchas de oreo entre los dientes y un texto que, bueno, arranca como mi polo del 91 tras haber nevado: lento, mal y sin muchas intenciones de hacer un buen viaje. Pero bueno, no queda otra que seguir y además, seguir hasta completar 4.000 caracteres (espero que mis ideas no se sientan como garbanzo en olla); así que coged las palomitas, que esto va para largo, no como mis uñas. 

He pensado que, como quiero que me vayan conociendo los del grupo del Escarritx y el pasado domingo fue el día de la madre, pues que hablaré de ella, porque para conocerme, o conocer a cualquiera, uno siempre debe buscar a la gente que la completa. 

Así que, a ver si no me repito mucho (maldito salmorejo, ese sí que se repite) y voy al grano, como al que tengo en la barbilla, que siento que me canta a la Raffaella Carrà: explota, explotame, explo. 

Primero, para poneros en contexto, os diré que a mi abuela, madre de mi madre, la he visto subir a un tercer piso con una bombona de butano llena en cada mano. Coge unos troncos para la chimenea que deja a los aizkolaris por los suelos; y, por supuesto, un poco de comida que no tengo mucho hambre, son tres platos de jamón, una tortilla de patata, chorizo, queso, unos huevos fritos, carne y una tartita de galleta, que no me comes nada. ¡Eh! Pero no os penséis, que a mi amatxo la he visto arrancar baldas que el albañil le decía que no se podían quitar, que eran de obra. Luego qué quieres, ama; pues no, no me sorprende cuando me llaman burra.

A lo que iba, que mi madre, aparte de enseñarme que todo se puede mover de sitio, me ha enseñado muchas más cosas. 

Y es que un día, mi hermano Ignacio (Nacho para los amigos, Iggnacio con muchas “ges” para los enemigos) me dijo, mamá es muy lista. Tú fíjate bien, es la persona más inteligente que conozco. No es que antes no lo pensara, es que, a partir de ese día, empecé a observarla más detenidamente. Y empecé a darme cuenta de que mi madre no dice, mi madre hace. Y mirándola aprendí que la valentía no consistía en salvar a la princesa del dragón, sino en levantarse cada día, de cada año, con energía, aunque el mundo intentara derrumbarse, sosteniéndolo para que mi hermano y yo siguiéramos manteniendo la inocencia. Que el amor no son los “te quiero”, sino el estar siempre a tu lado, con el vaso de agua por la noche, con el bocata de nocilla a la salida del colegio, con los aplausos en las gradas de la cancha de baloncesto, con tu plato de comida favorito en la mesa. Que la constancia es lo que otros llaman suerte. Que todo el mundo tiene historias y empatizar es dar un paso hacia la comprensión. Nos ha enseñado el sentido de la responsabilidad, el valor de la familia, lo poco que vale el dinero, que una puede cantar sin saberse la canción y, por supuesto, que no hay que tener en cuenta las cosas que se dicen, sino las que se hacen. Por eso ahora no soporto a la gente que intenta venderme su valía. Anda y vete a levantar troncos y luego me cuentas. 

Y bueno, dicho todo esto, que si ahora hay gente que me dice con retintín, esto ya no es actualidad, el día de la madre fue el fin di simini pisidi, ¿sabéis que les digo? Que son unos destartalados mongoloides. Dejaros de sandeces y dad un santo abrazo a vuestra madre. Olvidaros de regalar flores muertas o de la mierda de simpática postalita que le disteis el dos de mayo y haceros un favor: regaladle vuestro tiempo. Porque en realidad, el pasado domingo no se celebró el día de la madre, se celebró el día de nuestra conciencia. 

Mi conciencia se llama Silvia. Y también es mi memoria, mi equilibrio, mi raíz, mi fuerza, mi confidente; es esa persona con la que a una le entran ganas de hablar siempre de cosas importantes. Es la estrofa de mi vida.

Pues bien, después de escribir todo esto, así tal cual, se lo envié a mi madre. ¡La leche! No sabéis cómo se reía la tía. No tienes ovarios a publicar esto así. Y claro, como ella es mi faro y mi maestra, yo contesté, ¿que no? Para burra yo. 


Comentarios

Entradas populares